Un hipopótamo en el fango


El mundo me atravesó las costillas.

Aún hay días que la gente camina dentro de mí pero,
aunque duela, no me quejo.

Ya nunca me quejo.
Ya nadie suele morir de dolor.

Metadona. Ketamina. Morfina.
Sedación por vena. Suicidio. Eutanasia.

El dolor ya no existe. Lo extinguieron y, ahora duele lo mismo
cortarte la piel con un cuchillo que
cortarte el espíritu con una tragedia.

¿Lo mismo?

Para el alma no hay anestesia.
No hay sustancia.
No hay cura.

(Tiempo sí. El Dios Tiempo)

Así que ya nadie es fuerte.
Todos
buscamos el fin del dolor.
La no-agonía.
Nos hemos convertido en el sueño maldito; belleza y durabilidad.

¿Para qué tanto?

Ya nadie se rompe (por nada ni por nadie), sin embargo,
busco dentro los restos de lo que dejaron aquellos al atravesarme. 
Aplastamiento, derrumbe.

Encuentro lo que ya no soy.
Los pedazos de una guerra que acabó.

No se si fui vencida o si gané pero,
como los hipopótamos,
ahora puedo nadar en el fango.