Neruda y Lenny Kravitz

El viernes por la noche llegué a Arcos a ver a mis padres y a mi hermano. Esta mañana, después de tomarme un café negro,
subí a hacerle las camas a mi madre ( ¡¡¡¡!!!!!, a los que nacimos en los 80, aunque somos los hijos de la democracia somos
también los nietos de la posguerra y nos criaron en base a una educación machista y aún, de vez en cuando, se nos ve el plumero).

Siempre me pasa lo mismo y antes de hacer las camas revisito un poco mi habitación o las suyas. Estaba buscando unos libros
de Antonio Machado, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda…… últimamente y después de estar leyendo a
los jóvenes poetas de este siglo, quería volver a encontrarme con la Granada, Sevilla, Chile o Nueva York del siglo XIX-XX.
Busco y encuentro un libro de Pablo Neruda, "Veinte poemas de amor y una canción desesperada" y leo esto:

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor y es tan largo el olvido.

Después cierro el libro y me quedo pensando. Me sale un ole desde el estómago por la boca. Pero no me levanto del asiento
como un espectador en una plaza de toros cuando jalea al torero. Es de esos oles que te atraviesan el pecho y los ojos de ma-
nera silenciosa.

Me levanto de la cama que aún no he hecho, dejo el libro de Neruda encima de mi escritorio para llevármelo mañana a mi casa
y vuelvo a la estantería. Sigo con la búsqueda, el reencuentro con las palabras de amor de los antiguos pero el trayecto se desvía
porque me topo, de repente, con la carpeta que me acompañó desde el 94 hasta el 2000 en el instituto. Un joven y guapísimo
Lenny Kravitz en la portada de tapa dura (aunque ahora eres consciente de que era muy guapo pero…. enano y cabezón. Es como
cuando la nostalgia o la casualidad te hace volver a los 30 a tu colegio y te entristeces por lo bonito que fue pero al mismo tiempo te
decepciona cuando te das cuenta que la perspectiva y la proporción ha cambiado, que ni las clases, ni las pizarras, ni los pupitres son
tan grandes como lo guardaba tu memoria ni el paisaje es el mismo que veías por la ventana antes que sonara el timbre para irte
al recreo).

Un millón de imágenes acaban de pasar por mi cabeza. Yo como Nakano desde mi casa al instituto en mi Yamaha Neos, con un
"tabi" que le puse, calle arriba por el casco antiguo a las 7:45 de la mañana, esos bocadillos de lomo con huevo a la plancha en el bar
de la Ángeles a las 11:30, los porritos en el césped cuando llegaba la primavera, las clases de Historia con Antonio Cano, las de Lite-
ratura con María Luísa, los pasillos atestados de adolescentes en los cambios de clase porque el instituto estaba por encima de su
cobertura, aquel Gaztelu, o aquel Josema que nos hacían sentir mariposas cuando los veíamos venir con sus melenas y sus caras
guapas…… juventud, divino tesoro.

Antiguamente, las mujeres tenían en sus aparadores una carabela como símbolo de belleza, para tener presente el paso del tiempo,
la fugacidad de la vida.  Yo debería poner la carpeta de Lenny Kravitz encima del mío. Creemos que la vida no va a pasar pero, como
dice una de las canciones del de la carpeta "It Ain't Over 'Til It's Over" ("no se termina hasta que acaba") y, ahora, la carpeta que
llevaba al instituto cuando era adolescente tiene más de 20 años, dos más que el maravilloso chaval inglés de 1,92 cm, ojos azules y
cuerpazo con el que estuviste liada hace tres o cuatro meses.  

Me vuelvo a sentar en la cama que a las 12 de la mañana aún no he hecho y vuelvo a quedarme pensando. 

"Es tan corto el amor y tan largo el olvido"

Todo tiende a un fin, hasta el amor y la vida, pero….. que nos quiten lo bailao. 
A vivir, que son dos días porque, "lo bueno, si breve, dos veces bueno".

Carpe diem, tempus fugit.