Una fotografía en papel de algodón

Quise guardarnos en el tiempo,
así que decidí 
imprimir en papel de algodón 
una fotografía
donde posábamos desnudos,
tendidos en la cama,
después de reventarnos a empujones,
lametazos y bocados.

Entonces nos llenábamos la piel 
de besos y de cardenales.
Por aquella época nos alimentábamos
el uno del otro.

La casa era un lugar sagrado.
Andábamos descalzos por el suelo.

Pecábamos.

En pelotas, 
paseábamos de la mano por los pasillos.
En el salón plantamos un jardín,
y en el jardín el árbol del que arrancamos
el fruto prohibido.

Y fuimos castigados.

Dios existía.
Dios estaba en todas partes.
Hasta en nuestro salón.
Nos vigilaba.
Creo que Él me construyó
a partir de una costilla.
La tuya.
A tu imagen y semejanza.

Porque nos parecíamos tanto.

No había nombre,
solo carne devorada.

Me acuerdo de ti 
y la pena me clava agujas en la garganta.

Pero,
hoy todo parece que vuelve a su sitio.

La luz al dormitorio,
mis ojos a mi cara,
y tú y yo,
impresos en papel fotográfico
pegados con fixo 
al cabecero de mi cama.

Te echo tanto de menos, Iván.

Me siento en el sofá
con el ánimo de quien se sienta
al borde de un precipicio para suicidarse.

Lloro
hasta partirme por dentro.

Y después de una hora
comiéndome mis mocos
y mis lágrimas,
consigo (des)ahogarme.

Lleno la bañera de agua caliente,
me desnudo 
y me meto.
Me tumbo. 
Como si me fuese a preparar para morir.

Una tormenta se instala en el cuarto de baño.

Y, como las gaviotas,
los recuerdos vuelven a volar sobre mi cabeza.