No hace falta ni abrir al mundo ni al pecho para conocerlo

El mundo no es tan complicado como aparenta.
Las cosas son sencillas (nada es tan importante).

Nos empeñamos en conocerlo todo,
en conocer a la gente y,
sin embargo,
se muestran de manera simple.

Cuando creemos en algo o en alguien no hace falta ni abrir al mundo ni al pecho para conocerlo.
Las grietas siempre dejan cicatrices y la herida tarda mucho en curar.
Tiempo perdido.

Conocer a alguien, al mundo, es como asomarse a la ventana de mi habitación
o subir a la azotea para ver cómo tiende a quien, sin saber del todo bien por qué,
quieres tanto.

Sólo hay que fijarse en cómo tiende la ropa, cómo se prolonga en el tendedero.
Cómo tiende cada calcetín o cada camisa limpia.
Todo en su orden, según su dimensión.

Si son dos o es uno el que corresponde a cada pinza.
Los pliegues, las arrugas, los pellizcos, dependerán del amor que uno le ponga a tender la ropa.
Del amor.

Por eso, no hace falta conocer al mundo ni a la gente.
A mí sólo me hace falta asomarme a la ventana de mi habitación
o subir a la azotea para conocer y entenderlo todo.

La sombra que va dejando la ropa que tiendes me muestra como eres (por dentro).
Las sobras.