La montaña primigenia


No recuerdo nada.

Me desperté.
Estaba tumbada en la bañera.
El agua me llegaba por encima de los labios,
casi a la altura de la nariz.

Aún podía respirar.

Todo imitaba el escenario de un suicidio.

Un hilo de agua salía por el grifo.
Una música entraba por el pasillo
hasta el cuarto de baño.

Lo último que recuerdo fue 
que la noche anterior
puse un cover de Macy Gray,
sin embargo,
no era eso lo que sonaba.

Me levanté,
salí de la bañera muy despacio
y desnuda,
pipando,
me fui hasta el salón.

Algo rocambolesco sucedía.

La puerta estaba abierta.
Las sillas, 
amontonadas en un rincón y, 
encima de la mesa,
como si de la montaña primigenia se tratara,
un montón de arena,
y encima de la arena,
una silla,
y encima de la silla,
un hombre.

Llevaba unos vaqueros marrones,
una camisa de mangas cortas
estampada con flores,
abierta,
dejando a la vista
el pecho masculino.

Descalzo,
como el que espera 
a que su mujer venga del trabajo
y entre por la puerta.
Descalzo,
preparado para recibir a su hembra.

Parecía un indio.
Una especie de semidiós 
de piel oscura
montado en su montaña
pretendiendo ascender a las alturas.

Al cielo.

Sentado en aquella silla,
tocaba la guitarra sin parar,
con los ojos cerrados,
con las entrañas en las manos.

En trance.

Tocaba.
Tocaba.
Tocaba.

Y Yo,
quieta,
hierática,
firme,
frente a él,
le miraba las manos
y escuchaba en silencio.

Estaba desnuda.
sin piel,
en carne viva.

Un charco de agua
cada vez más grande,
crecía bajo mis pies.

Las goteras caían desde mi pelo.

Iban trazando dibujos
en las losas del suelo
mientras bailaba aquella música.

Su voz,
rota.

Aquel sonido,
aquella música 
que salía de aquella montaña,
de su guitarra,
de sus manos,
de sus entrañas 
y de su boca,
tan apetecible,
me hacía bailar y bailar.

Hasta que me desmayé.

De cansancio,
me caí al suelo,
sobre aquel charco de agua,
desnuda,
por dentro y por fuera.

Desnuda por completo.
Sin piel.

Fue algo puro.
Un acto de devoción,
de fe,
y de respeto.

Pero también 
fue un acto salvaje,
carnal,
erótico,
satánico.

Me elevó a las alturas.

Ascendí, 
y me desmayé, 
y caí.

Y ardí en llamas.

Él siguió en su trono de arena.
Tocando-me.
Cantando con los ojos cerrados.
En trance.
Con las entrañas en las manos
y la voz, 
rota.